Por Luiz Sebastián Méndez
La sala se llenó en Iguazú. Y eso ya es noticia: en una ciudad donde no siempre es fácil convocar, Teniente Linyera habló por sí sola. La película resultó emocionante, atrapante, con escenas de acción entrelazadas con un drama que cala hondo.
La posguerra fue más dura que la guerra misma. Miles de soldados volvieron al continente, pero sus mentes y almas quedaron en la isla. Hambre, frío, cansancio y tantas otras penurias marcaron sus días. Paradójicamente, al rendirse y convertirse en prisioneros, recibieron comida y ropa caliente. Esa contradicción, tan difícil de entender como el hecho de haber enviado a tantos jóvenes a defender la bandera, late en cada recuerdo que la película trae al presente.
Tras la proyección, varios veteranos compartieron recuerdos que estremecen: durante años se les prohibió hablar de Malvinas, fueron olvidados por la sociedad y muchos no conseguían trabajo porque eran estigmatizados como “los loquitos de la guerra”. La ayuda estatal llegó tarde, demasiado tarde para algunos compañeros que no soportaron el peso del silencio y la indiferencia. Escuchar esas voces en la sala fue tan fuerte como la película misma: un recordatorio de que la memoria no puede seguir postergándose.
Teniente Linyera deja al rojo vivo las anécdotas y memorias que alguna vez escuchamos sobre Malvinas. Y lo hace con un mérito enorme: fue realizada a pulmón, sin financiamiento de ninguna parte. Allí surge una reflexión inevitable: el Estado debería apoyar y financiar producciones que transmitan algo tan esencial como esta historia viva de nuestros héroes. No es descabellado; Corea del Sur lo hizo y logró expandir su cultura al mundo entero.
La película evoca, una vez más, el amor de los argentinos por la bandera y el respeto a nuestros veteranos. La actuación de Gonzalo Giménez merece un párrafo aparte: natural, arraigada a la realidad, con una fuerza que conmovió hasta las lágrimas a los veteranos presentes en la sala. Ese reconocimiento, más que cualquier premio, ya es un galardón en sí mismo.
Como espectador, lo digo sin dudar: esta es una película por la que pagaría la entrada una y otra vez, y que recomendaría con orgullo. Porque más allá del cine, Teniente Linyera es memoria viva.
Gran Producción, trabajo muy impactante y emotivo, un homenaje importante para el soldado de Malvinas. Cumplió con el criterio de ser un homenaje real de la vida de un soldado después del conflicto.